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Un poco más arriba, a los pies de la pendiente, aumenta la humedad. Allí encuentro las plantas talofitas alimentándose de los troncos derribados en descomposición:

 

Poliporos en forma de sombrero.

Coriolus como abanicos extendidos.

Fistulina con rojo-sangre de hígado de buey.

 

Una escritura extra-artística definida, que remite a otra escritura como pantalla reflectora.

¡Los troncos tienen cuerpo!

¿Podría una obra de arte no tenerlo?

Los hongos no dan tregua y aumentan notablemente sus dimensiones de masa carnosa, «el cuerpo del tronco desaparecerá».

 

El doble fondo de los abismos se abre y escribimos sólo en las partes bajas de humedad, sobre la humedad.

A pesar de tener una compleja estructura natural topológico, habríamos podido sentirnos tentados a considerarla como un sistema cerrado sobre si mismo, pero no hay nada de eso; cada organismo vivo es abierto y nos remite siempre a otro, aunque

éste sea de estructura ideológica muy diferente y estos hongos son la mimesis que nos explican didácticamente nuestras relaciones más cercanas, dibujando en las paredes lo que exploramos.

 

Estas analogías germinales, por otra parte, no deberían ser entendidos como metáforas de yemas y brotes, ni tampoco como la exuberancia imaginativa de las formas.

El germen de una incisión en la pared será tan sólo un pretexto para escribir sobre estas estructuras abiertas, injertadas, dejando en ellas señales más alió de nuestra naturaleza, obligando a estas paredes a florecer.

Y fuera ya de toda simbología ¿no es el Arte en sí Naturaleza injertada que requiere ser punzada en sus ramas?

 

Injertos de yemas.

Injertos en hendidura.

Injertos de cola.

Injertos de hongos cólicos.

Injertos en ramas.

Injertos por proximidad.

Injertos en nudo. Injertos de codo.

Injertos de agua.


 

Tal como define Bachelard en El agua y los sueños: «Del hombre, lo que amamos por encima de todo es lo que se puede escribir de él».

¿Puede ser vivido lo que no puede ser escrito?

Hemos pues, de intentar lejos de nuestra psicología humana, imaginar lo que no puede ser imaginado, entender lo que difícilmente entendemos y soñar lo que no recordamos.

 

Desde esta idealista y abstracta vinculación, todo estímulo somático en nuestra vida anímico, actuará sobre nuestra naturaleza psíquica más profunda.

Pero por otra parte y según la noción tradicional de lo imaginario asociado a la idea de irrealidad, se reconoce este término como un producto de otra dimensión opuesta a lo real.

Pero dichas diferencias podrían ser solamente de «situación», un resultado distinto de su percepción.

Valery Larbaud en Enfanfines, por ejemplo, señala el deseo frecuente del niño al querer oír repetidas veces su cuento favorito, con afán de alcanzar lo no real.

Durante el reposo nocturno, este no-real, surge aquí como un eco original de una lengua primitiva y total en forma de libros con hongos, o comidos por ratones, felpudos de hierba cortada, como caminos o insectos que devoran animales y cubren sus cuerpos. Revelaciones inconscientes, que por decisión, son reconstruidos en hueco de verdad como cosa y causas reales, concebido bajo todos sus modos; existencia, sentido, forma, contenido, sustancia, presencia sensible o presencia inteligible.

Por sí sólo, estas razones debían ser suficientes para reconstruir toda cadena de significaciones y dominar absolutamente un sistema interlocutor desde nuestro incons- ciente.

Acabamos de acceder a un espacio íntimo desde nosotros mismos como droga de efectos beneficiosos, haciendo girar las ideas en su extraño e invisible espacio, en el límite entre interior y exterior, lo vivo y lo no-vivo, la memoria como desvelamiento que produce la presencia y la rememoriza.

 

El «exterior» no comienza en la juntura de lo que llamaríamos psíquico, sino en el lugar donde se hace movimiento, se deja suplantar y expulsar por el signo de rememorización.

El espacio se abre en el momento violento de esa suplencia., al despertar durante el sueño.

El exterior está ya en el trabajo de la memoria, que necesita signos para acordarse de lo no presente.

¿Será posible una memoria sin signo ni suplemento? ¿Podrá afectar a fa intimidad tal suplantación?

Lejos de ser un juego, esta imantación de nuevos signos parece presentarse como la cosa misma frente a mí, en la abertura completamente natural de la escena ahora absolutamente real.

No habrá pues, sino más que el efecto de lo que fue el acto sacrílego de los sueños desvelados.